EL ÁGUILA DE HIPONA, SAN AGUSTÍN
  

       A cada uno de los novicios nos mandó el padre maestro hacer una alocución de media hora, en publico, y de tema religioso. Yo fui el primer voluntario, y hablé de nuestro fundador; desde luego que fue poco creativa mi disertación, pero al menos mostré valentía y deseo de comunicar.

   Los biógrafos de S. Agustín siempre han exaltado en exceso la condición de pecador antes de su conversión al cristianismo; pero  en realidad era un gladiador en busca de la Verdad, del por qué  y el para qué de la existencia humana. Indagó entre los maniqueos, entre los seguidores de Pelagio; nada le convencía.

   Él era un portento, muy joven ya era maestro de oratoria y retórica, sus alumnos le seguían en pos de sus enseñanzas.   

   Sin embargo África se le quedaba pequeña, y dio el salto a la península itálica, es decir Roma y Milán.

   La vida de Agustín no puede disociarse de la de su madre, Mónica, cristiana convencidísima, que se había propuesto como fin último de su vida convencer a su hijo de que el mensaje cristiano era el único que podía liberarlo de sus tremendas dudas e inquietudes.

   Agustín vivía muy deprisa, tuvo un hijo, del que nunca se separó, con una esclava. El éxito de su posición no le impedía sentirse vacío. Su madre salvando un duro temporal cruzando el Mediterráneo, insistió en captarlo para su causa. Con la ayuda del obispo Ambrosio de Milán pudo al fin convencerlo de la auténtica verdad.

   Decide volver a África con su familia y amigos. En espera del barco, y en el puerto de Ostia, se produce el excelso estado de ánimo entre madre e hijo. Lo llaman éxtasis. Yo diría una suma placidez, plenitud, máximo bienestar, ausencia absoluta de toda preocupación o temor; tanto es así que Mónica no aguanta ese tremendo gasto emocional, ese derroche maravilloso de energía, que termina en su ultimo aliento. Muy bella forma de despedirse de la vida.

   En su tierra viven todos unidos y en comunidad, con su hijo Adeodato (dado por Dios), su inseparable amigo Alipio y otros amigos. Fundó un retiro para vivir con todas las consecuencias cristianas. Con anterioridad, el que se retiraba del mundo y de sus placeres, lo hacía en soledad, eso es lo que significaba ir al desierto. Agustín, creyendo que es más enriquecedor apartarse en compañía, redactó una regla para la vida monástica, que fue muy seguida por otras órdenes monásticas.

   Su hijo muere sin apenas llegar a la juventud, tal vez al ver esa felicidad extrema que se palpaba en esa comunidad.

   Agustín era popular y el Obispo Valerio le ordena sacerdote y le sucede a éste en el cargo. Esta dedicación no le impidió  escribir grandes obras como: La naturaleza y la gracia, La ciudad de Dios, Las Confesiones, etc.

   Fue un platonista, un auténtico renovador e innovador. Fue el faro que alumbró toda la Edad Media, el que anuló las atávicas herejías.

   

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   Fraile agustino fue Martín Lutero. No es nada extraño que aquí se mencione, pues el mismo papa Francisco dijo que había sido un gran reformador. Se rebeló contra la opulencia vaticana, y contra las abusivas y fraudulentas bulas.

  Gregor Mendel también llevó el hábito de Agustín. Con sus metódicos y minuciosos estudios sobre los guisantes promulgó las leyes de la herencia genética.

 

Honorino Joaquín Martínez Bernardo