Los Nombres del León. Entrevista a José Antonio Martínez Reñones

Por Ana Palomo


- Cogerle a usted en este trance, así, cara a cara, después de publicar 32 entrevistas, no deja de remedar al alguacil alguacilado, a la pescadilla que se muerde la cola y a jugar a juez y parte. Prepárese para una buena batería de preguntas. Su magna obra, "Los Nombres del León, conversaciones con 32 leoneses imprescindibles", tiene exactamente 359 páginas. ¿Qué ha aprendido en ellas del arte de conversar?

- Que el silencio es la mitad de la sabiduría.


- Se suele decir que la poesía es palabra condensada y la entrevista palabra desatada. Como entrevistador es usted un ingenioso ingeniero de puentes y caminos. ¿Cuáles han sido las preguntas más reiteradas? ¿A dónde quería llegar usted con ellas?

- Quien pregunta se desnuda más que quien responde (eso lo saben únicamente los cinco centenares de lectores que me siguen, cinco centenares de personas inteligentes en medio de una charca nacional pestilente). En base a esta premisa considere usted que salvo tres preguntas esenciales, las tres heridas de Miguel Hernández, la del amor, la de la muerte y la de la vida, todas las demás son puro decorado, ligeras prendas que van haciendo más excitante el clímax hacia el pleorgasmo de las desnudeces, que es a lo que uno definitivamente va. Añada que estas desnudeces son artísticas, no se nos vaya a alterar el coro de vírgenes mártires.

- A simple vista, resulta difícil descubrir el criterio de elección de sus entrevistados. Todos ellos son personajes públicos y todos tienen lazos fuertes con esta tierra leonesa. ¿Qué otros criterios, menos evidentes, han determinado la selección? ¿La admiración? ¿La curiosidad? ¿La cercanía afectiva?

- Uno de los objetivos finales de la obra es exponer en un mismo fresco gentes de diferentes edades, profesiones, niveles culturales, territorio, ideologías y talantes. Esta simpleza creo que es su principal logro porque al final de la lectura permanece un puñado de asuntos comunes a todos: la perplejidad de vivir y la incesante presencia de la muerte. Es decir: esencialidades humanas.

Por otro lado, qué duda cabe que en este libro todos los personajes son públicos (y ¿quién no lo es?), pero hay una tendencia descarada para huir de lo mascado, de los nombres (muchos de ellos infames) que son los títeres de a diario de la escena leonesa. Me interesan las voces propias, las que no deja oír el beee del rebaño; las personas olvidadas por un régimen putrefranquista que no acaba de desaparecer y en general las muy inteligentes (¡ojo, que, a menudo, nada tiene que ver con los que arrastran los títulos en quilmas!), y además las muy solidarias y las muy osadas.

- Todos los entrevistados tienen "una obra": política, literaria, musical, social, docente... Pero la obra no es la persona e incluso hay quien opina que buscar una gran persona detrás de una gran obra es un error, una perspectiva desenfocada. ¿ Cómo ha contemplado usted esa dualidad entre obra y persona? En otras palabras, ¿qué sentido tiene para usted el dato biográfico si rara vez reside en él lo excepcional?

- Se ve, jovenzuela, que -además de ser una de mis quinientas lectoras, los hombres no logran despegar del marca y as- es usted, por su cuenta, bravamente perspicaz. Recuérdeme al final su dirección. Pues bien, claro que tiene usted razón. Detrás de grandes obras puede encontrarse un gran zoquete y detrás de una gran persona puede encontrarse una obra mediocre. De acuerdo. Pero aquí no se ha ido a la caza de ninguna de las dos condiciones. Se pueden encontrar personas con una obra artística o intelectual reconocida a nivel planetario, a otros cuya obra es desconocida pero igual de titánica, a algunos con vida apacible y lejos del mundo mundanal y a otros que aparecen con frecuencia en determinados fregados. Bueno, en Los Nombres del León se trata de crear un cuadro armónico de vidas y obras reconocidas o desconocidas, pero todas ellas sí que son documentos excepcionales que pueden servirle a personas de las más diversas cataduras. Comprenderá usted que nada más lejos de mi ánimo que el hacer un panteón de ilustres leoneses o un catecismo de exaltación leonesa para modorros.

- Sus entrevistas se mueven en ese terreno pantanoso entre lo público y lo privado, entre la imagen conocida y la confidencia íntima del entrevistado. Tengo que confesarle que la lectura de su obra me ha sorprendido al revelarme varias caras ocultas tras los rostros conocidos de la palestra. ¿Le ha sucedido a usted lo mismo o encontró en sus personajes precisamente lo que andaba buscando?

- Caminante o caminanta, no hay camino, dejó cantado aquel profesor que echaron a morirse de pena y de asco a Francia, ¿recuerda? Esa es la clave. Mi aventura en los paisajes anímicos e intelectuales se ha sustentado en ir ligero de equipaje y con los sentidos todos bien dispuestos para empaparme. Nada de prejuicios, nada de ilusiones, nada de esperanzas, nada de nada. Sólamente andar. Disfrutar del camino. Le confieso que con todos disfruté de nuevas sendas. Pero para que no quede tan bonito, añada que, también es verdad, no salgo con cualquiera a pasear.

- Con tantas palabras, ha pintado usted un panorama muy variado de la, digamos, leonesidad. ¿Tan significativo es el lugar donde a uno le nacen? ¿ Qué le dicen a usted los nombres de Toral de Fondo y Santibáñez de la Isla?

- La leonesidad, término que afortunadamente no está con la marca de nadie -aún-, nos pertenece a todos los que sentimos esta región de países tan diversos. Y fíjese que digo sentir y no ser o poseer. Sólo entiendo la patria de los sentidos y del afecto. Las demás son manufacturas del miedo y de los intereses de las mafias dominantes. Que no cuenten conmigo para esas farsas que ocupan el 90% de los telediarios y que pretenden hacernos tomar como propia una realidad que principalmente compete y beneficia siempre a un centenar de familias. ¡Qué pena de clase baja y media, o sea, de comparsa!

Por otra parte y a estas alturas y con esta globalización tan perniciosa y bárbara como el caballo de Atila, más, ¡ah!, imparable, parece que hablar de los lugares de nacimiento es una ordinariez y un tema de mal gusto. Con tanto cosmopolita enseñando vídeos turísticos, con tanta cocacolacompany, con tanto telefonito al cinto, parece que uno no debe decir de dónde viene ni siquiera quién es, puesto que con sólo mostrar la marca de su ropa, de su coche y el precio de su piso ya tenemos suficiente información y, por consiguiente, conversación. ¿Sabe lo que le digo, querida señorita? ¡Que se jodan! Yo tengo a gala y a tanto honor como hasta para partirme la cara por ello haber sido nacido en Toral de Fondo y en Santibáñez de la Isla (porque esto de nacer es cosa que lleva sus años), entre el monte y la vega, entre el chopo y la encina; y además ser de estirpe campesina; y además tener como patria allí hasta donde mis ojos llegaban: el infinito de los ríos hacia el Sur, la planicie paramesa al fondo coronada por los Picos de Europa, las pálidas y amamantadoras peñas de Luna, las misteriosas cumbres de Ancares, el monte Irago, pirámide del peregrinar, el cuero yermo y dorado de la Maragatería que tanto me inquieta y, omnipresente, el dios tutelar, Teleno. Yo soy de aquí y no de Pernambuco. ¿Le parece poco importante todo esto?

- En sus cuestionarios y semblanzas se escora usted hacia un estilo más literario que periodístico, más subjetivo que aséptico. Sin embargo, la nota dominante de sus entrevistas, a mi entender, es la naturalidad. ¿Le fue muy trabajoso conseguir ese tono cómplice y franco?

- Mucho, sobre todo el tono franco. Eso es algo que no termino de coger.

- Se nota, se nota. Aunque me lo sirva en bandeja, no le voy a preguntar dónde andaba usted hace veinticinco años. Hábleme de ahora. El año pasado publicó "Desde que el abuelo bajó del árbol, así andamos"; una colección de poemas de la que dimos cuenta en estas mismas páginas. ¿Qué tal ha sido la experiencia de sentirse un poeta recién publicado? ¿Cree que hay lugar en "la charca nacional pestilente" para voces como la suya? ¿ Volverá a publicar pronto?

- Esto sí es tiro a ráfaga. Vamos paso a paso. En primer lugar, y aunque no interese a nadie, hace 25 años yo era un tipo interesante recién llegado a la edad del pavo, de la que, 25 años después, me cuesta tanto salir (a decir de quienes tanto me aprecian que me desprecian a sermonazo limpio). Políticamente contaba 13 años. Edad ideal para que a uno no le quepa la mínima duda de que el mundo tiene arreglo.

Segundo. Respecto a que hace un año salió a la calle "Desde que el abuelo..." he de reconocer píamente que ha sido un hecho crucial en mi existencia: mi declaración de la renta se ha incrementado notablemente, mi colesterol también; por contra, se ha reducido el grupo de amigos que pensaban que yo era un ser en el que se podían depositar grandes esperanzas. Todo no puede ser. Como hecho sociológico apunte que las mamás de las jovencitas (segmento 18-28) me tratan como si fuera un Sánchez Dragó. Como puede constatar, publicar versos conlleva innúmeras satisfacciones.

Tercero. En la charca pasa lo mismo que en verano: unos disfrutan en su playa privada, otros piscina de diseño, muchos llevan la fiambrera a una playa saturada y los más se quedan viendo la retrasmisión de la felicidad ajena en diferido. Y sin embargo es verano democrático para todos. ¿Se entiende la cosa?

- No mucho, la verdad.

- Si, en vez de tanto Schopenhauer y Kierkegaard, acudiesen más a misa de a doce, se ejercitarían en ese género a través del que han hablado los profetas, han escrito los videntes y visto los invidentes: la parábola. No obstante el futuro es esplendoroso para el que piense, actúe y hable por cuenta y riesgo propio y no de un partido, una cofradía o un club deportivo. Pero sin prisas, porque un futuro esplendoroso comienza siempre con doscientos o trecientos años de retraso.

Cuarto. Referente a su "¿volverá a publicar?". ¿Sabe usted si volverán las oscuras golondrinas? Claro que no. Todo depende del punto que a uno le dé, del balcón donde el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al contemplar y del aguante intelectual de los amigos, esos quinientos lectores a los que todo escritor, que no sea de grandesuperficies, debe aspirar.

Publicar, publicar, publicar.. Qué necedad. Ya sé que no voy a cambiar el pensamiento costroso del contribuyente, pero no está de más añadir que porque alguien no publique, no salga en la foto ni en los periódicos, eso no quiere decir que haya dejado de ir a por tabaco, de escribir o de existir (cuantitativamente son más los que salen en los periódicos porque han dejado de existir. Mal fario). Oiga, en mi caso he dejado pasar 20 años sin dar nada de comer al Público y la verdad es que me siento la mar de realizado. O sea, eso de publicar hay que descartarlo como necesidad fisiológica.

- Dejemos lo libresco y hablemos de cosas serias, o sea, de las cosas del amor, de la muerte y de la vida. Perdone usted que sea tan directa y que ni siquiera le ayude con un interrogante (por lo que veo, no necesita usted de cachas). Así, sin más rodeos, a ver qué me dice.

- Mire señorita, a mí sin rodeos no me gusta decir ni hacer nada. Debe ser que soy del Tuerto, río torcido por antonomasia. Los caminos tienen recodos, los ríos meandros, la tierra dicen que se parece a un huevo de Colón, las señoras son curvas a la izquierda, curvas a la derecha (un marco), la pasión es un caballo enredado y las grandes ideas son esféricas, planetarias (salvo para los simples que siempre ven en plano). Pero como no me quiero enrollar metafísicamente ni irme por los senos de la Úbeda, diréle para concluir por el final: Primun vivere, deinde philosophare. O lo que es lo mismo: ¿qué piensa usted hacer esta noche?

- Dormir y callar