SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL

TESÓN, FUERZA DE VOLUNTAD Y AFÁN DE SUPERACIÓN

 

            Casualmente hoy, día del Patrón Santiago, me decido a escribir este artículo.

            Todos reconocemos el retrato de este gran hombre e investigador, recordamos su premio Nobel de medicina; pero más deberíamos imitar su dedicación, su constancia y el hecho de nunca rendirse ante las dificultades.

            Hoy en día se reprocharía la estricta educación que le impuso don Justo, su padre; él era de los que abandonaban la norma del “la letra con sangre entra”. No permitió nunca que su hijo se dedicase a su pasión, la pintura. Para él solo los oficios prácticos, como la medicina, tenían valor. Por eso cuando iban de camino al colegio de internado y pasaron al lado de los imponentes muros naturales de los Mallos de Riglos y Santiago decía (seguro que diría) “parecen castillos”, su padre le cortó diciendo: “parecen lo que son, montañas”. Tampoco le dolieron prendas a don Justo, de profesión practicante o enfermero -como diríamos hoy- que su infante hijo le ayudara a recoger huesos humanos por la noche para su estudio y catalogación.

            Siendo estudiante universitario era un joven popular y harto presumido, sobre todo por su físico atlético. Sin embargo, la guerra de Cuba le acarreó el paludismo. De vuelta a España a su precaria salud se le unió la depresión. Recuperándose en un balneario conoció a una joven, a quien tomaba por acompañante de otra mujer de más edad, siendo al revés. Tal entereza demostró la joven, (que falleció poco después), que Santiago se dijo a sí mismo: “Nunca más volveré a estar triste”.

            Siendo ya catedrático fue siempre exhaustivo y riguroso en toda investigación. Hubo por la época una epidemia, y un célebre compañero de profesión dio prontamente con la causa y el remedio; don Santiago fue crítico y siguió investigando y, si no solucionó del todo la enfermedad, sí la acotó debidamente.

            En cierta ocasión oí decir que en España hay muchas cabezas brillantes, pero lo que de verdad faltan son posaderas, es decir, gente con paciencia y perseverancia, y nunca sentirse inferior a nadie. Eso es lo que hizo Ramón y Cajal cuando fue a exponer sus hallazgos; él tenía fe en lo que hacía y no le importó el dinero, el trabajo, las incomodidades ni las burlas de que fue objeto, nunca se sintió victorioso ni con ninguna competencia. Su premio Nobel fue compartido con el italiano Camilo Golgi; Ramón y Cajal elogió y alabó en su discurso la labor de su compañero de premio, algo que no hizo el transalpino.

            Su vida y su obra son todo un ejemplo. Las metas no nos las tienen que marcar otros, somos nosotros mismos quienes debemos establecerlas. No debemos tener ningún complejo de inferioridad ni arrugarnos ante la escasez de medios materiales ni ante los éxitos rápidos de otros, debemos seguir esforzándonos aunque nuestra labor tarde en llegar más de una generación en ser valorada.

 

Honorino Joaquín