L A B O D A
Ni que decir tiene que la boda de mi hermana cuando yo contaba con tan solo cinco años fue para mi algo grandioso, extraordinario y maravilloso. Hubo gran cantidad de invitados, diliciosas comidas y dos días de celebraciones, en algunas de las cuales participaba todo el pueblo. Supuso algo sobredimensionado para mi infantil comprensión.
La boda a lo largo de la historia ha sido y es la celebración por antonomasia, mucho más importante que la venida a la vida de un hijo. Cierto que la boda era y todavía hoy es una alianza entre familias, tribus o reinos.
Pero si hay una boda que a todos nos viene a la mente, y que es inconfundible es “La boda de Caná; y siempre asociada al primer milagro de Jesucristo, es decir: la conversion del agua en vino, acción esta que obtiene todos los parabienes, líquido este del que se podría decir que es el euforizante colectivo, el hacerdor de diversion y sin el cual no habría celebración.
Papel crucial en el evento tiene María, ella tiene la experiencia, sabe de la debacle que puede acaecer si el vino se acaba, es un desprestigio para la familia del novio. Como ella conoce las capacidades de su Hijo, no le admite disculpas ni evasivas, le impone que haga algo sin rechistar y por eso da órdenes a los siervos de la casa.
¿Existió el milagro realmente? No, Jesucristo fue un hombre extremadamente observador, e hizo gala de ello, y había hecho muchos favores, tenía un gran poder de convinción. Es posible que supiese de algún vecino con abundantes reservas del fruto de la uva. Algo así debió ocurrir.
La boda es el simil del Cielo y lo corrobora el pasaje en que un padre manda por medio de sus siervos llamar a los invitados a la boda de su hijo. No acuden por disculpas nada convincentes, y el padre llama entonces a la gente sencilla y humilde. A partir de este pasaje surgió el cuento del rey que vestido de mendigo recorrió lugares pidiendo caridad, donde no la encontró más tarde arrasó, y donde fue acogido fue dadivoso y magnánimo.
No es ningún menosprecio decir que no hay milagros; tal vez hay que señalar que son acciones sorprendentes no conocidas por gentes no versadas y cándidas. Hay gentes que necesitan de relatos fantásticos para sobrellevar su día a día. Jesucristo ponía el estímulo adecuado, la gota que hacía rebosar el vaso
No es la ciencia la antagonista de la fe, es su soporte, su constatación. Bien sabido es que de nada sirve la fe sin auténticas obras evangélicas. Si aumenta la ciencia aumentará la fe en realizar conductas justas y solidarias. Son estos dos terminos los dos polos magnéticos que atraen lo posivo y repelen lo negativo.
Honorino Joaquín Martínez Bernardo