A JUAN JOSÉ
MARTÍNEZ MIGUÉLEZ
Adiós a una persona y
maestro ejemplar
Entrañable
amigo y primo, me pide tu gran amigo Emiliano que redacte un elogio o
panegírico de tu persona, y encantado lo hago. Y lo hago dirigiéndome a ti en
segunda persona del singular, porque de otra forma no me serías tan cercano
como en realidad lo eres. Digo adiós, para mí es un hasta siempre.
Me
comentabas que en tu etapa de seminarista con los Redentoristas en Astorga, a
los nuevos os asignaban un alumno mayor para que hiciese de guía y de aleccionador,
y a esa figura la llamabais “ángel”. Pues bien, tú fuiste para mí un Ángel, un
hermano mayor, y diría más, un verdadero modelo a seguir, por tu serenidad, tu
conducta comedida, humildad, tesón, espíritu de sacrificio, afabilidad,
sobriedad; me gustaría ser más versado para añadir más epítetos positivos que
tú siempre cultivaste. Siempre recordaré cómo me aconsejabas no buscar excusas
ante notas académicas medianas o cuando me reprochabas no ser objetivo ni
abierto en mi etapa proselitista.
Nunca nada
te fue fácil; en tu juventud sufriste varias infecciones auditivas que te
dejaron secuelas. Tampoco te importó perder un año al dejar los frailes; tu
tesón y fuerza de voluntad podían más que todas las vallas y piedras del
camino; tu meta era ser docente y tu temperamento metódico, taxativo y
concienciado no se detuvo hasta conseguir el propósito. Como muchas veces dice
Isidro, tu gran amigo de siempre, primo tuyo y hermano mío: “Juanito (siempre
te nombraba con este hipocorístico familiar y cariñoso) parece que va lento
pero llega a todos los sitios”.
Recorriste
como maestro diversos pueblos, como por ejemplo Degaña,
zona minera, donde el coche más sencillo era el tuyo, o también Fastias, cuyo primer encuentro fue toda una odisea con un
fortísimo vendaval de nieve. Pero al fin pudiste alcanzar una plaza en la
capital del Principado: Fue en el colegio Villafría
donde más larga fue tu trayectoria.
No te
conformaste con la carrera de maestro, buscabas unas nuevas metas; sabías que
el idioma inglés era imprescindible en la educación y conseguiste la titulación
en Filología Inglesa, y para perfeccionar esa lengua te fuiste una temporada a
la fabril Mánchester.
Que fuiste
un ejemplar pedagogo lo dice la anécdota que te sucedió al jubilarte, cuando un
alumno lloraba porque no le ibas a dar clase el curso siguiente; tú lo
tranquilizaste diciéndole que seguían otros buenos maestros y que tú vendrías
al colegio alguna vez de visita.
Siempre te
sentiste arraigado en Santibáñez de la Isla y cuando las vacaciones te lo
permitían, ayudabas con gusto en las labores del campo. Tu trato con tus
paisanos siempre fue afable y campechano, sintiéndote uno más del pueblo.
Recordaré tus poesías en nuestra revista La
Veiga, una dedicada a nuestra Asociación Deportivo Cultural y al río Tuerto
que la nombra; y otra a la noria, ingenio tan importante y necesario en las
vidas agrícolas de nuestros padres. Sí, en esas dos poesías estaban tus
inseparables mundos. El “agro” y la “cultura”, que no son solo riqueza material ni comercio, que no son
solo libros ni datos ni números; son relaciones humanas, emociones y
sentimientos.
Nuestro
querido maestro del pueblo D. Ricardo nos decía la siguiente frase: “lo que se
escribe en la arena es fácil de hacer, pero dura poco, lo que se escribe en la
piedra es costoso pero se mantiene”. Inspirado en esto suelo decir: “lo escrito
en piedra con los siglos llega a
borrarse, pero lo grabado en el corazón de un hombre es eterno porque el buen
ejemplo se transmite de generación en generación.
Nuestros encuentros y despedidas siempre se sellaban con un abrazo; tu
palpitar sigue en mí; vives en mí y en los que te rodean.
Honorino Joaquín Martínez