LA HUMILDE Y
ORGULLOSA CASTA DE UN PUEBLO
(EN RECUERDO DE DON RECAREDO EL SEMINARISTA Y SU PRIMORDIAL
PAPEL EN LA FUNDACIÓN Y ESTABLECIMIENTO DEFINITIVO DE LA “COOPERATIVA DEL CAMPO SAN BLAS”)
Abordo este escrito
desde una profunda ignorancia, no ya en relación a la historia del
cooperativismo, sino también sobre los pormenores técnicos, teóricos y
prácticos de esta suerte de estructura productiva. Sólo trato de rendir un
justo y merecido homenaje a un pueblo que con modestia y tino ha ido haciendo
de su vida una modélica historia, tal el reputado caso de la “Cooperativa
del campo ‘San Blas’”, en este 2019 de celebración por su 75
aniversario, además de otros auténticos logros en justicia social y
ecuanimidad, que no igualdad pues para nada somos ni queremos ser iguales. Toda
una lección para el mundo, sobre todo para quienes se llenan la boca con
mendaces, tanto como insustanciales y vanos progresismos de presunto
vanguardismo.
Como no puede ser de
otro modo, empiezo por afirmar que mi pueblo tiene algo especial y esta
aparente simpleza -así lo creo con tajante y fundada convicción- pocas veces
pudo contener tal y tanta verdad junta. Soy maestro de primera enseñanza,
también psicólogo y durante muchos años llegué a ejercer ambas profesiones, por
tal conozco la técnica del rumor en la cual se afirma que un mensaje
transmitido de boca a oído siempre llega al final de la cadena sensiblemente
deformado, efecto que muy bien ha podido afectarme en relación a versiones
oídas sobre mi pueblo, pero no me va a impedir aseverar con rigor cierto y
sólido fundamento su singular y propicia condición e idiosincrasia.
En la cúspide
demográfica histórica, allá por los años sesenta del pasado siglo XX,
Santibáñez de la Isla anduvo cerca de los ochocientos habitantes y ahora, en el
transcurso de la segunda década del siglo XXI en manifiesta decadencia rondará
tal vez los trescientos, si a ellos llega que no creo. Nunca fue cabeza formal
de nada, tampoco del ayuntamiento del que forma parte compuesto por dos pueblos
junto con Santa María de la Isla, éste desde siempre más poblado y puede que
por tal capital del municipio. Sin embargo sí ha labrado (cuán pocas veces este
participio habrá sido tan bien usado) y fue siempre dueño de su propio tanto
como ejemplar destino a golpe de audaces iniciativas, quizá consustanciales a
su misma esencia y existencia, a través de modélicos y democráticos concejos
vecinales, secularmente celebrados bien a la sombra del nogal frente a la
entrada principal de la iglesia, bien en el atrio de la misma de no permitir el
tiempo hacerlo al aire libre. Sin duda en este hecho se da la dimanante
impronta de una eminente y acreditada civilización del Antiguo Reino de León.
Aun así, con el patente erial demográfico y la aparente minucia socio-histórica
poca prosperidad cabría esperar de este insignificante núcleo rural.
Al margen de la
cooperativa, razón principal de este escrito, otros muchos logros adornan el
edén curricular de este admirable pueblo, aunque no me extenderé mucho pues
correría el riesgo cierto de sacar un prolijo fascículo en lugar de un
laudatorio -sí- pero también sucinto opúsculo. De entrada, acabada la guerra
civil, de mi pueblo no se paseó a nadie hacia las cunetas extramuros para ser
fusilado por rojo, entre los cuales y junto a otros habría estado mi padre, de
quien se cuentan diversas curiosidades quizá algunas trocadas en leyendas o
fabulaciones, todo por tratar de evitar ir al frente; lo que finalmente no
consiguió pues fue destinado al de Aragón, allí “lo” incorporaron
a filas y acabó en Belchite donde, a las primeras de cambio para su fortuna, lo
hirieron en el bazo y la guerra concluyó para él en un hospital de Zaragoza.
De este generoso y
valiente gesto han de darse las gracias a D. Gabriel, a la sazón párroco del
pueblo, quien cuando los del siniestro pelotón de ejecución le vinieron a
preguntar por los republicanos insurrectos del lugar, su respuesta fue que en
Santibáñez no había bandos enfrentados pues todos allí eran sus feligreses.
Cierto es que durante una larga temporada, cuando los falangistas se cruzaban
por la calle con los “rojos” como mi padre abrían las chaquetas y
mostraban sus pistolas para vacilar, más que para intimidar, porque por lo
visto y vivido jamás se delató a nadie y lo sucedido en el pueblo, como dirían
en el fútbol, no salía del campo de juego o del vestuario.
Ya en los cincuenta
y muerto Don Gabriel le sustituyó un cura cabrón, déspota y violento que
siempre discriminó a esta facción de habitantes, a quienes -por ejemplo- a su
muerte enterraba en una zona no consagrada del cementerio (menos a mi padre al
que incluso de vez en cuando visitaba en casa y no sé por qué); aunque tampoco
nunca se tuvo noticia de delaciones con consecuencias trágicas, lo cual hubiera
podido ocurrir con facilidad porque en el pueblo todos se conocían y bastaba
con reparar en la asistencia a misa los domingos y fiestas de guardar para
saber el bando de cada cual. En la misma línea de respeto entre vecinos he de
añadir que por cuestiones varias y sobre todo relacionadas con el regadío se
han vivido tensiones muy graves entre sus habitantes pero siempre ha vencido la
tolerancia por encima de rencillas que mancillaran y hasta destruyeran la sana
vecindad y armonía en la convivencia. En fin, precedentes éstos que ya dicen
mucho y bien sobre el pueblo de referencia.
En este duro tramo
de posguerra nació la “Cooperativa del campo ‘San Blas”’, modélica
estructura productiva que como tema central y razón de ser de este escrito se
tratará con detalle más adelante.
En el primer
trimestre de 1957 se urbanizó parte de la margen izquierda del río erigiéndose
un jardín, así llamado al principio para luego pasar a parque de San Juan, hoy
constituido en un auténtico jardín botánico con una enorme variedad de plantas,
arbustos y árboles. Desde hace algunos años y para fomentar la natalidad, por
cada bebé que nazca en el pueblo se le plantará un árbol en este recinto, su
árbol conmemorativo, siendo identificado cada uno de ellos con la
correspondiente placa y todos los datos personales más relevantes y
recordatorios del recién nacido. En torno a esta misma época se construyeron
las viviendas nuevas para los maestros, inauguradas también en 1957 (si no me
falla la memoria) con pompa y boato por el alcalde, acompañado ni más ni menos
que por el gobernador civil de la provincia. De estos solemnes actos festivos
fui partícipe directo y los viví con la cándida ilusión de un niño feliz. Por
cierto, durante el franquismo la mayor parte de alcaldes siempre elegidos a
dedo por las autoridades competentes, en general los falangistas de turno,
pertenecían a mi pueblo, lo cual sólo podía suponer que en él todos fuéramos
fascistas o quizá también que en él destacasen las cabezas….pensantes. Lo dejo
a libre elección.
La "Asociación
Deportivo-Cultural Río Tuerto" (ADC, Río Tuerto) nació en 1980
(todavía conservo mi carnet de socio nº 12) para servir de cauce a las
inquietudes de la entonces abundante y dinámica juventud del pueblo, aquellos
locos pioneros, beodos de amor por Baco aunque más, muchísimo más de amor por
su amado pueblo, gracias a los cuales se consiguieron sueños que ni siquiera
atisbábamos quienes aquella mística noche, entre sabores de oveja y vahos de
vino tinto, sembramos la semilla de una ensoñación que acabaría por dar
ubérrimos frutos. La entrañable fiesta de agosto, iniciada e instituida poco
después con sólida impronta y cañizadas de ilusión todavía hoy contagiada y
ojalá que contagiosa por ese grupo de intrépidos jóvenes, no fue sino la
minúscula chispa de un Big Bang o “gran explosión” que sacudió al pueblo
sacándolo de un comatoso letargo. Tal ha sido el cambio experimentado que
cuando uno mira en fotos sepia al Santibáñez de los años 50 del pasado siglo y
lo ve ahora acaba por creer en los milagros, cuyo germen bien pudo ser plantado
aquella mágica noche de verano.
En mi pueblo existen
las etiquetas pero no se hace mucho uso de ellas, ni siquiera con los rojos que
en su día hubieran podido ir a dar con sus huesos en alguna cuneta. Así que
cuando llegó su momento, a finales de los sesenta, la homosexualidad entró en
mi pueblo con absoluta normalidad (supongo que de algún modo sigue, y digo “supongo”
porque no me interesa en absoluto la vida sexual de los demás) y nadie se rasgó
las vestiduras. Hemos convivido desde entonces y en ocasiones muy estrechamente
homosexuales, trisexuales, pentasexuales, polisexuales y -en fin- la variedad
que gusten, siempre y cuando resultasen personas decentes. Un pueblo donde la
solidaridad vecinal suplía a los servicios sociales, sin dejar nunca
desamparado a ninguno de sus convecinos y menos cuanto más pobre fuese, a quien
dado el caso se le dotaba de una paguilla a cargo de la junta vecinal. Un
pueblo donde se acogía a mendigos para comer en familia compartiendo mesa con
el resto del clan, donde también se les proporcionaba colchón para dormir, así
resultase ser el de jergón y en el pajar por falta de espacio y por mor de la
requerida intimidad de la parentela, pero nunca a la intemperie.
En el terreno de lo
personal voy a proponer prototipos muy cercanos a mí como ejemplos de lo que
debiera ser un feminismo actuante, campante y no tanto parlante o vociferante.
Yo mismo, como sé de otros muchos de mi pueblo y mi entorno más cercano, nací y
pasé mi infancia en el seno de una familia matriarcal,¡¡¡para mi fortuna!!!,
viví rodeado de mujeres (incluidas mis numerosas vecinas, casi todas), ¡¡¡para
mi gloria divina!!!, tanto que incluso en el colegio interno me decían mis muy
buenos amigos que tenía dejes femeninos, ¡¡¡qué gozo!!!, y nunca me sentí
acosado por mi sexo, pues de haberlo sido ya me hubiera encargado de
defenderme. Pues sí, una historia personal que me torna beodo de orgullo, cuyo
único “pero” no fue el hambre pero sí la gula de comidas o manjares por
entonces inaccesibles a bastantes de los convecinos. De ella concluyo que para
feminista, mujer trabajadora, tía con agallas, ejemplo universal de mujer....,
mi madre (preguntad en mi pueblo por ella). A su lado ni sombra le harían la
mayoría de tan belicosas militantes en este asunto.
Y en llegados a este
punto cobra el mayor sentido este opúsculo en homenaje a los hombres y mujeres
que de su sudor hicieron tinta con la que se escribieron páginas gloriosas de
nuestra humilde pero admirable y ejemplar historia, tal el caso de la “Cooperativa
del campo ‘San Blas’”, buque insignia de un desarrollo modélico en el uso
de los constitutivos recursos humanos, técnicos y económicos. Es el talante de
este pueblo, su idiosincrasia, ese “no sé qué que qué sé yo”, lo que le
ha llevado a sacar adelante proyectos que muchas veces siguieron o intentaron
hacerlo otros sin los mismos resultados.
Como inicio de esta
parte qué decir de la ejemplar historia de Recaredo, mejor Don Recaredo, hombre
pequeño e impedido físicamente por una malformación corporal, de piernas muy
cortas y apenas
(Fotografía de Don
Recaredo)
Y prepárense para lo
mejor pues ahora viene la ejemplar parte de ecuanimidad, de inclusión integral
y de no discriminación, de feminismo actuante y no vociferante.
"Cooperativa
del campo 'San Blas'" de Santibáñez de la Isla (León), una cooperativa
de las más antiguas de España a punto de cumplir su 75 cumpleaños (tendremos
fiesta grande en septiembre para celebrarlo). De ochenta miembros fundadores
allá por 1945, ¿cuántas mujeres?, pues treinta y tantas, pero además durante
tres décadas, entre los cincuenta y ochenta del pasado siglo; gerenciada con
rigor y éxito por Don Recaredo, uno de los principales impulsores, ejecutores,
gestor y ánima de la misma, ejemplo sublime y discreto de integración, con cuyo
cargo fue él quien integró al pueblo en la civilización y no el pueblo quien lo
integró a él. Y para rematar tan excelsa lección, desde hace años hasta los
estertores de la segunda década del siglo XXI, es decir ahora mismo, bajo
responsabilidad de dos mujeres, la presidenta, Luci y su mano derecha Anabel. Y
no sólo pervive, sino que hoy es además paladín del ecologismo en cuanto a
reciclaje y sostenibilidad, con el inquebrantable compromiso de contribuir a
mantener ecológicamente decoroso su importante ámbito de influencia provincial
con todos los recursos a su alcance.
¿Ha de extrañarme
ahora en la segunda década del siglo XXI que en mi pueblo las dos principales
almas de la cooperativa, la presidenta, Luci y la secretaria-gerente, Anabel,
sean mujeres?.¿Ha de extrañarme que entre las pioneras allá por 1945 de esta
histórica y grandiosa institución agraria, orgullo del Antiguo Reino de León
del que seguro mantiene notables reminiscencias, haya más de una treintena de
mujeres?. ¿Y que el alma mater durante muchos, muchísimos años fuese Recaredo?.
No me extraña porque es lo normal y lo normal, aunque escasee, debe ponderarse
sin caer en alharacas. Como en mi pueblo donde se aplica el “menos predicar
y más dar trigo” (qué bien traído el dicho ¿verdad?). Qué van a
predicarnos en mi pueblo las del feminismo parlante y folclórico, ni de
igualdades inanes e insustanciales, ni de no discriminación por la razón que
fuese; qué nos van a predicar los de la presunta vanguardia, pobrecitos. Ya a
nadie de mi pueblo le extraña, esto es que vamos por la vida de modernos sin
quererlo y hasta sin despeinarnos.
¿Tiene o no tiene
algo de especial mi pueblo?. ¿Debo o no sentirme orgulloso y -ahora sí- en
aniversario tan notorio pregonar a los cuatro vientos la ejemplaridad de esta
institución?. Quizá la cooperativa sea una importante avanzadilla o quizá
expresión y retrato de un pueblo sencillo pero carismático e inquieto que ha
logrado aparecer a lo grande en el mapa y en los medios, con mediáticos eventos
culturales y lúdicos que ya quisieran para sí poblaciones miles de veces
mayores en relación a mi modesto aunque ubérrimo pueblo.
Curiosidades y
anécdotas las precedentes más que suficientes como para no asombrarme de hechos
en otras partes inauditos que no en mi pueblo y sentirme orgulloso hasta el
orgiástico empacho de venir de donde vengo en familia y vecindario.
Y tiemblen de nuevo
los de mi pueblo con mis sueños, porque volví a soñar una noche que en mi
pueblo no se derrumbaría jamás el edificio de la ilusión trascendente y
permanente, no dejando nunca de soñar con imposibles para nuestro pueblo y
soñar además que un día se cumplirán todos esos sueños. Que no paren nunca
mientras resista el mundo pues ellos han de seguir siendo ariete que derribe el
portón de fortines donde habitan los milagros accesibles. Otros sueños que
prosigan el milagro en el que se ha convertido Santibáñez, gracias a los
vecinos de antaño y también a los de hogaño. Muchos, demasiados diría yo se nos
están yendo, pero eran, son y seguirán siendo de los nuestros y desde luego no
querrían ver al pueblo despoblado o muerto y si hubiese de suceder que fuese
porque el mundo agoniza. El camino nos lo marcan las fotos en sepia de la mitad
del pasado siglo donde se muestran milagros que antes fueron sueños.
En fin y
aprovechando que el Tuerto continúa con su curso por Santibáñez, los de mi
pueblo ya sabéis de mis otros muchos y locos sueños a la espera de próximos
milagro. No hace falta que os los recuerde, ¿verdad?. Bueno, el próximo quizá
sea un nuevo puente con pasarela peatonal, para lo cual convendría convocar un
concurso infantil de dibujo-diseño con este tema, para que sean los niños
quienes nos den la idea. El ganador tendría placa honorífica para perpetuar su
meritoria obra. Si es que mi estado febril no ceja.
Nota. Puede que el
presente opúsculo adolezca de rigor histórico, pero mi pretensión es más
evidenciar el admirable trasfondo psicológico y perfil de un pueblo envuelto en
la modernidad más actual sin despeinarse y a la chita callando, así como toda
una encomiable historia tras él. Os amo con toda mi alma.
Nano Miguélez
Castrillo
*****************************