Era mi sexto curso del bachillerato, y el profesor
de Lengua y Literatura nos mandó hacer una redacción. Yo titulé la mía. “Imortalidad de D. Quijote”. En aquel momento no fui
consciente de que tal errata, la de olvidar la n, era producto de que el
subconsciente me estaba jugando la mala pasada de no haber leído la novela.
Cierto que tres años antes había intentado leerla,
pero al llegar al capítulo IX de la primera parte, donde el Autor compra unos
cartapacios en los que el moro Cide Hamete Benengeli escribe la
historia de D. Quijote de la Mancha. No comprendía yo, que se hiciese pasar
Cervantes por un copista, siendo que antes de escribir la segunda parte, le
apareciese más de un autor apócrifo.
Pero los genios siempre brillarán con luz
cegadora, por muchos cuerpos opacos que quieran interp
Que hoy en día algunos critiquen la excesiva
publicidad del 4º centenario de la obra, es discutible. Pero al menos para mí
me ha servido, esta vez sí, para leer el más grande libro de las letras
españolas. Y además con más capacidad de comprensión.
Considero nombrarla la Novela de las novelas, la
primera que introduce la novela dentro de la novela. En cierto modo me recuerda
en la forma de contar cuentos a El Decamerón y a Las Mil y Una Noches. Pero
consigue Cervantes una mayor cercanía, elegancia, plasticidad y un dinamismo
extraordinario, con amenos capítulos cortos y mezclando relatos internos y
externos.
Seguro que en aquella mi errada redacción, pondría
tópicos y vaguedades; como la tan traída y llevada frase: Sancho encarna el
realismo y D. Quijote el idealismo. Pues los dos, a mi juicio, tienen ambas
cosas; Sancho también es idealista dado que quiere ser “político”, y consigue
ser de los buenos, pero también descubre las insospechadas amarguras de esa
vida. D. Quijote es realista, excepto cuando habla de la caballería andante, y
así lo dice el hijo del Caballero del Verde Gabán.
Pero ante todo
El de la Mancha es un soñador, y los sueños entran dentro de la realidad
(recordemos que soñador fue Hernán Cortes al quemar los barcos). El que sueña
quiere cambiar el realismo que no le gusta; o lo es, porque es lo único que le
han dejado ser, lo único que le atrae de su triste y aburrida vida.
Me pregunto si en la descripción de la Criatura
estará el propio retrato del Autor. El de Lepanto fue
un perdedor aparente, como lo serían, entre otros, Mozart
y Van Goh, y triunfador después de muerto. Con toda
seguridad, no hubiésemos disfrutado de la grandiosidad de su Obra de arte de
haber conseguido el éxito material en la vida. Su falta de egoísmo le supuso un
acicate más para engrandecer su Talento, y su altruismo nos ha hecho a todos
beneficiarios de la Belleza.
Honorino Joaquín