E M A Ú S
 

   Este pasaje evangélico es con seguridad uno de los más recordados y entrañables. Es el paso de la tristeza, el abatimiento y el desconsuelo a la grata sorpresa, la ilusion y el regocijo.

   Es un regreso a casa desalentador, es el desaliento. De acuerdo que Jesucristo les había dicho que resucitaría, pero ¿cómo entender algo tan irreal?

   Caminaban esos dos discípulos abatidos; esa esperanza que el Maestro les había transmitido de una comunidad justa, solidaria, y hasta diríamos idílica, se había esfumado. No podían entender que una persona intachable, con un mensaje, ejemplo y conducta tan atrayentes, que llegaba a la fibra más íntima, fuese tan vilmente ajusticiado por la soberbia, la avaricia, el odio y la sinrazón. No lo podían entender. Nada volvería a ser como antes.

   Se les acercó un peregrino, aparente desconocedor del trágico suceso acaecido en Jerusalén. Pero ¿Realmente se les acercó una figura humana? ¿Sería su vivo deseo de recordar y mantener esas emociones y sentimientos tan maravillosos que disfrutaron en la compañia del Maestro durante su vida pública el que permitió a sus cerebros crear esa figura humana? O ¿fue  tal vez una parte de la energía última del difunto la que configuró a ese acompañante? Ese autoconsuelo, esa sugestion les hizo animarse, reconfortarse y creer que esa predicción de una nueva vida era posible.

   La misma compañía de esos dos discípulos fue un condicionante para revertir esa pena y desazón que ambos llevaban. El animarse recíprocamente pudo crear un clima de autoconfianza y superación; bien lo recalcó el Maestro. Cuando dos o más se reunen en mi nombre allí estaré yo con ellos.

   Por otra parte, que el mensaje de Jesucristo perviva ampliamente después de dos mil años es la mejor prueba de su resurrección.  El positivo recuerdo postrero es el mejor premio.

    El verdadero milagro es algo físico y científico, solo que no estendemos como se realiza, pero que poniéndole intención se logra.

 

Honorino Joaquín Martínez Bernardo