MARTIRIO Y CATACUMBAS
  

   No elegí mejor libro que le agradase a mi madre que “Fabiola o los cristianos de las catacumbas” de Nicholas Wiseman. Ilustra, con bastante detalle, la vida de aquellos adeptos a una religión singular, sorprendente y molesta para la sociedad opulenta de la antigua Roma. Que el cristianismo pregonase que los esclavos eran libres era algo que el Imperio no podia tolerar.

   Han sido desde entonces esos tres primeros siglos de andadura cristiana en la clandestinidad, durante su persecución, los más ensalzados, venerados y admirados, y con toda razón. Nunca se hubiesen podido mantener y aumentar el número de adeptos, sin una rigurosa practica de vida auténtica, sincera, justa y solidaria. Era la ausencia de miedo al apabullante poder policial y punitivo de la imperial Roma la que los mantenía en pie arrostrando el dolor con entereza. Su incólume fe en su credo, la indudable creencia en una nueva y feliz vida después del martírio, al tiempo que suponía un maravilloso ejemplo para sus correligionarios y simpatizantes.

   El martirio no era deseado “per se”, consistía en querer eliminar el egoismo, la avaricia y la soberbia del prepotente; o también constatar lo del conocido dicho: es preferible morir de pie a vivir de rodillas.

   No todos veían el martírio como único camino a seguir. Algunos tenían en cuenta que debían tener descendencia y a quien pasar el testigo de esa fe, esas costumbres piadosas atrayentes y merecedoras de seguir siendo practicadas. Por ello eligieron vivir en la clandestinidad, construyeron ese submundo subterráneo alejado del odio y el despotismo, teniendo claves de reconocimiento entre los fieles, como el símbolo del pez o el crismón (con las letras alfa y omega). Las catacumbas eran auténticas ciudades sótano, con laberintos que solo ellos conocían, y allí se desarrollaba mucha de la vida, pero sobre todo se realizaban los rituales y por supuesto era el lugar de enterramiento.

   Todos los gigantismos comienzan a menguar y terminan desapareciendo, y así le pasó al Imperio Romano. Se ha dicho con reiteración que la caída de Roma supuso un paso atrás en el desarrolo de la humanidad. Yo no estoy de acuerdo, el imperio romano de Constantinopla siguió vigente, y, además, el medievo fue una epoca de desarrollo moral.

   No es difícil pensar que hoy en día dos mil años de implantación y gran expansion del cristianismo, es necesaria una gran renovación en creencias y conductas, que tal vez derive en una vuelta a los martirios y las catacumbas, parece una idea descabellada, pero la similitud es palpable. Los poderosos cada vez lo son más, la falta de moralidad es palmaria y las autoridades religiosas están confabuladas con el poder.

   La vida y la historia pondrá acada uno en su sitio.

 

Honorino Joaquín Martínez Bernardo