L OS TALENTOS
El talento fue una moneda originaria de Asia menor (actual Turquía), de ahí pasó a Grecia, Roma y también llegó a utilizarse en la Europa medieval.
A raíz del pasaje evangélico significó don, virtud, inteligencia e ingenio.
Ciñéndonos a la parábola, diría que con los talentos Jesucristo quiere resaltar y valorar el inconformismo y el afán de superación. Él mismo fue un gran inconformista. Su vida podría haber discurrido más tranquila y pacífica, aceptando la normalidad social y religiosa de su tierra; pero fue incapaz de arrugarse y de morderse la lengua. Consciente de su “talento” (inteligencia, capacidad, entendimiento) no podia defraudar a la gente humilde y sencilla, tanto a la de su tiempo, como a los futuros humanos. Su vida fue llevar a cabo esa frase que leí recientemente: No vivas para que tu presencia se note, sino para que tu ausencia se sienta.
Cierto que se hizo notar, claro, no podia tolerar la hipocaresía, la soberbia y el egoismo. Pero seguramente muchos de sus seguidores pensaron que si hubiese vivido más tiempo, hubiera hecho más bien. No podia ser de otra forma; debía inmolarse, si el grano de trigo no muere no da vida. Tenía que dar un aldabonazo en las conciencias de los hombres, un vuelco en la forma de obrar, creer y sentir. Y como suele decirse: los mitos mueren jóvenes, y también conocida es la frase: muere jóven el guerrero amado.
Volviendo a la parábola, da la impresión de que los siervos a quienes el amo les encomendó guardar su dinero, fácilmente consiguen acrecentar los talentos. Ni mucho menos, tuvieron que arriesgar, moverse, preguntar, hacer números, esforzarse; en suma trabajar. No se contentaron con enterrar el dinero como el tercer siervo.
Así mismo en nuestro vida debemos ser inconformistas, molestarnos y procurar ser honrados, justos y generosos. El premio llegará, y no solo el refuerzo se consigue más allá de la vida; también se puede trabajar y esforzarse en la sombra y al mismo tiempo tener recompensa anticipada, como si fuera un préstamo de la satisfacción futura. Eso se consigue con una convinción inquebrantable en que nuestra conducta es intachable e irreprochable.
Honorino Joaquín Martínez Bernardo