LA ESCUELA
EN SANTIBÁÑEZ
A
principios del siglo XX, la escuela era mixta, había un solo maestro y una sola
aula para chicos y chicas. Había clase solamente en invierno, pues el resto del
año los padres mandaban trabajar a sus hijos.
Hacia 1932
ya se disponía de un maestro para los chicos y de una maestra para las chicas.
A mediados de los años cuarenta se
estrenó la nueva escuela, con tres aulas: para los chicos, las chicas y en el
medio para los párvulos. El cambio fue extraordinario, pues la anterior escuela
era de tierra tapial y en el piso de arriba había dos
viviendas para los maestros. Las ventanas de la escuela, una daba al naciente y
las demás al frío norte. Como curiosidad, las viviendas eran soleadas y tenían
patio al sur y compartían el mismo pozo en medio de la tapia divisoria.
En la nueva
escuela, la mayoría de las ventanas estaban orientadas hacia el sur. Los
materiales de construcción fueron el ladrillo y la argamasa. Delante de la
escuela se situaba un gran patio abierto. La construcción fue motivada por un
aumento de la población infantil. Llegaron a ser, entre las tres aulas, cerca
de 120 niños. En las aulas se disponía de estufa de leña y carbón.
En los años
cincuenta llegó la leche en polvo americana. Sabía mal, comparada con la
auténtica de vaca, que ya había en casi todas las casas. Al final, con el vaso
de plástico y la bolsa consiguiente de paño, se llevaba un poco de azúcar de
casa para hacerla algo apetecible. También aparecieron los tres grados de las
enciclopedias, grandes tomos. En cada uno estaban incluidas todas las
asignaturas.
A finales de
los cincuenta surgieron las clases nocturnas para ampliar conocimientos, tanto
para alumnos en edad escolar como para los de más tiempo. Eran gratuitas y sólo
en época invernal. A partir de estos años, algunos alumnos se incorporaban al
seminario, colegios de frailes o seglares. En 1966 se utilizaron los libros de
texto separados por asignaturas.
A finales de
los años setenta, las aulas volvieron a ser mixtas para tener dos niveles de
enseñanza, a parte de los párvulos, uno de seis años a diez años y el segundo
de diez a catorce. Pero poco tiempo después el segundo nivel pasó a La Bañeza, a la llamada Escuela Comarcal. A juzgar por
bastantes opiniones, con poca fortuna.
En los años
noventa y ante el poco número de alumnos, los párvulos y el primer nivel se
unieron en una sola aula ante la escasez
de niños. Por esa época comenzaron a tener profesores de apoyo para asignaturas
como Educación Física o Música.
Para
desgracia del pueblo, en el año 2004, la escuela cerró definitivamente.
Quiero
mencionar que la provincia de León, a finales del siglo XIX y principios del XX,
era de las primeras provincias en índice de alfabetización. Y gran parte de
este logro se debía a la enorme labor que llevó a cabo la Fundación Sierra y Pambley. La mayor parte de sus miembros eran
Librepensadores, término que para la Iglesia significaba ateo, masón o la
representación del maligno.
Cuando se
habla de enseñanza pública o privada, o la similar división, laica o religiosa,
yo quiero diferenciar entre buena
enseñanza y mala y de éstas hay tanto en la pública como en la privada.
A mediados
de los años cuarenta, cambio de tema, unos jóvenes, casi recién salidos de la
escuela de Santibáñez representaron la comedia “La Vida es Sueño” de Calderón
de la Barca en varios pueblos. Y con el dinero recaudado compraron libros para
formar una pequeña biblioteca. Ni que decir tiene que merecen todo el elogio y
admiración. Fueron todo un ejemplo de inquietud y superación. Sin ellos no
hubiera sido posible la aparición de la Asociación Río Tuerto. Fueron la
semilla y el fermento.
Especialísimo
apartado merecen las clases que impartió D. Recaredo, persona entrañable, en
quien su discapacidad física fue enormemente superada por su autoridad moral e
intelectual. Fueron, principalmente,
cursos de verano para alumnos de varios pueblos. Y supusieron un auténtico
trampolín para estudiantes que buscábamos nuevos horizontes lejos de nuestra
tierra. Siempre recordaré su voz clara, diáfana y singular y por supuesto el
haberme enseñado los tiempos verbales. Vaya aquí mi reconocimiento y gratitud
perennes.
Honorino
Joaquín