Cuando él nació, su país, Taumacia, reinició las relaciones con sus vecinos. Onirón vino al mundo en un humilde lugar que mira a la
región boreal y al poniente. Su precocidad llegó desde la misma cuna, cuando Dordal, su único hermano varón, le decía: “mira, éste es
padre”. Tabur contempló a su hijo con rostro sereno e
impertérrito. El pequeño pensó: “entonces hay otra cosa distinta de madre”.
En sus sueños percibía suaves temblores
en su cabeza, que, en ocasiones, llegaban a ser amenazadoras vibraciones que él
suponía eran terremotos en la fragua terráquea. Lo salvaban del peligro Dumnia, su madre, y su hermano.
Su capacidad de sufrimiento lo demostró,
infante aún, al no proferir ni una queja cuando una aguja se clavó en su brazo
y supieron de ella por la lana enhebrada. Los demás rapaces le tiraban piedras
y le propinaban puntapiés. Él los amenazaba diciendo que alguien se tomaría
venganza.
Su mundo era multiforme. El paisaje lo
componían: monte, erial, bosque y ribera. El punto neurálgico del lugar se
situaba en Ponte-Pilum, que, a modo de cinturón,
abrazaba tanto las diferentes calzadas que hasta Nebel se acercaban, como los
diversos cauces del indómito Otreut, curso éste que,
en invierno, los oleajes que formaban sus avenidas, se tragaban los infantiles
barcos de papel al paso por el bosque de las dasícoras
(de hojas en abanico). El estío era tiempo de contemplar las praderas de Campodauro, afanosas y regocijantes.
Onirón se fue
haciendo mozo, pero otros muchachos de su edad le hicieron ver que podía
descubrir nuevos horizontes. Fue reclutado por los ejércitos Talares, donde se
concentraba los mejor de cada clan. Aislado de los suyos, aprendió a bregar en
mil batallas. Pero, al cabo de los años, ese campamento se le quedó pequeño.
Atravesó montañas, cruzó vertientes, hasta llegar a las tierras que miraban al
gran lago Medum. Allí sufrió una terrible derrota. Un
plúmbeo dardo, lanzado por un nativo orebi, a punto
estuvo de costarle
Desacuerdos en la forma de organizar el
campamento, le granjearon enemistades. Lo acusaron de utópico y soñador; por lo
que su expulsión fue inmediata.
Desde entonces, no paró de viajar por
los cuatro confines del país: Juventia, Gastalia, Afirat y Corma. Pero
fue regresando a sus raíces donde se encontró con los Cuatro Caballeros de la
Esfera zafiro-esmeralda. No obstante, se vio sorprendido por la aparición de
otra Esfera, rival y atrayente a
Honorino