Semblanza literaria de San
Blas
(cuento)
Afrodisio se adelantó y Sinforosa detrás. Él podía andar más de prisa porque el
fajado traje no le impedía los movimientos tanto como a ella. Sinforosa, con
sayo, manteo y pañuelo de ramos se movía con más dificultad .Los dos corrieron y
se pusieron delante de la fila de bailarines. Cambús le daba a la chifla y al
tamboril y cada poco los mozos cantaban: ”Viva los novios” Así al son de la
música recorrían el pueblo y recogían nuevos bailarines hasta que poco a poco se
iban acercando a la iglesia. Iban vestidos de fiesta y de fiesta mayor,
patronal. Llevaban prácticamente un mes recogidos y las inclemencias del tiempo
y las tareas de las matanzas, deshojar maíz, escoger habas, hilar y hacer
quilmas, no les había dejado tiempo para disfrutar. Todos esperaban con ansia el
día de San Blas; era casi el fin del duro invierno, si el tiempo se portaba
bien. A partir de ahora los días eran más largos (“por San Blas hora y media
más”) y aunque el invierno era una estación alegre también por no tener tantas
tareas del campo, el recogimiento invernal y los quehaceres de la casa sujetaban
muchos a los solteros y solteras que no querían más que ver un rayo de sol para
salir de casa y entretenerse.
Afrodisio y Sinforosa simulaban ser la pareja de novios camino de la iglesia
para que el tamborilero hiciera sonar los ritmos y canciones de boda, - tan
arraigados en nuestra comarca- y los mozos entonaran las coplas para la ocasión.
Y de esta guisa y a este ritmo de música nupcial se alegraban las calles del
pueblo, convidando a todos a las ceremonias religiosas de la mañana: misa,
adoración de la reliquia y procesión con el santo.
A la puerta de la Iglesia les esperaba Don Vitoriano, al que no le hacía mucha
gracia todo aquel folklore pues como buen cura de aldea se recogía en sus rezos
y era cura de su casa. Aceptaba los actos profanos a la fuerza, y porque el
obispo de turno les había dicho a los sacerdotes de la comarca que abrieran un
poco la mano y que dejaran que las gentes se divirtieran sanamente. Se había
acabado la guerra y las penalidades por las que había pasado el pueblo invitaban
a pasar página y, de algún modo, celebrar el triunfo de los “buenos”, aunque sin
muchos aspavientos para que no se notara el regocijo. En la mente de todos
estaba la partida del cura rojo, Don Gabriel, al que nadie salió a despedir en
el destierro que le buscaron la gente “mala” como cuando al Cid y sus mesnadas
saliendo de Burgos hacia el destierro, el rey Alfonso decretó que nadie
“nol´diessen posada”.
Don Vitoriano, pues, tuvo que aceptar la romería y los actos profanos como parte
de la fiesta patronal de Santibáñez porque por aclamación popular se acordó que
esas costumbres ancestrales también formaran parte de los festejos de San Blas.
Y a la vez, como dijimos, las permitió para romper un poco la tensión entre los
bandos que se habían formado a causa de la guerra. La fiesta de San Blas y las
fiestas en general eran los únicos actos sociales que podían unir al pueblo
porque para las fiestas y, sobre todo las de invierno, se perdonaban rencillas y
se acudía a los festejos en armonía y más si había música y los mozos cantaban.
Además todos los pueblos circunvecinos se acercaban ese día a rendir pleitesía
al patrón de la garganta, el San Blas Viejo de Santibáñez. Le llevaban una vela
que la encendían a sus pies durante la misa mayor con el deseo de que los
protegiera para todo el año de los males de garganta. Y durante la ceremonia
religiosa, asistida por varios sacerdotes de la comarca,- porque Santibáñez era
arciprestazgo y su arcipreste les tenía que renovar los óleos pascuales- la
iglesia se llenaba de fieles. Venían en carros, en mulas, andando, de Huerga, de
Palacios y todos visitaban el santo, muy devotos y acompañaban a los sacerdotes
en los cánticos típicos de la misa y en los rezos particulares del día de San
Blas. “San Blas de Sebaste, de muy notoria nobleza y muy virtuosos padres...”
recitaban todos al unísono y la iglesia retumbaba con los rezos y olía toda ella
al incienso y al alcanfor de los trajes y chales de lana desempolvados ese día
después del largo año de haber estado guardados en las arcas y baúles.
Y el coro de mozas que habían ensayado durante un mes en casa de la ti Agustina
los cantares sacro-profanos en honor de San Blas y sus fiesta se ponía en el
trascoro y con más o menos afortunada voz y a garganta abierta, que para eso era
San Blas el abogado de ella, cantaban sin desentonar la coplas en su honor:
Hoy día tres de febrero
Día de San Blas bello
Venimos estas humildes doncellas...
San Antonio es abad
San Tirso es de aliso
Y San Blas de madera
Como todos los demás
Cuando el sacerdote oferente cantaba el “Ite, misa est”, todos salían
apretujándose de la iglesia, ya que estaba repleta de gente .Don Vitoriano,
ahora feliz por la devoción observada durante toda la misa entre sus feligreses
y los forasteros , abría de par en par las dos hojas de las puertas grandes y,
alegre, oía el tamboril y la chifla que de nuevo hacía danzar eufóricos a todos
y, hasta el prado, donde se organizaban los corrillos, llevaba a los mozos y no
tan mozos en volandas. En el prado, las jotas del vermouth, animaban a todos.
Lugareños y forasteros, mezclados, cantaban sus “ju,jus” sin que nadie
desentonara o perdiera el paso .Estaban estos ritmos de las jotas muy arraigados
entre viejos y jóvenes. Era la música nacional que, aunque Rula decía que cada
pueblo del Tuerto la bailaba y la sentía de una manera, en lo esencial la jota
era la misma en todos los pueblos de la margen izquierda del río desde Astorga
hasta La Bañeza. Y por eso el cura también se quedaba embelezado viendo y
escuchando a danzarines y músico; e incluso animaba a aquellos que, algo
tímidos, no se atrevían a echarse al ruedo. Sólo le faltaba a él también
arremangar la sotana y ponerse de birria en la danza.
Ya llegaba la hora de comer y los santibañecinos iban a sus casas y los
forasteros, esparramados por el prado abrían las fiambreras para comer la
merienda que habían traído y hacían correr las botas por los grupos en una
camaradería de paisanos bien avenidos. Los de Palacios, que siempre acudían en
masa, eran los más divertidos y con el tamborilero que traían, rápidamente
empezaban a saltar y bailar al menor repique del tambor y, claro, después de que
las botas ya habían dado varias vueltas entre los mozos, las coplas populares,
los romances y los bailes empezaban a sonar por los diferentes corrillos:
“Oh dulce vino
tú me hieres tú me matas
tú me haces andar a Martas.”
“El vino no hace milagros
Pero alegra la muchacha”
“Fuera burros, fuera burros
que aquí no se vende paja
lo que se venden son
buenas muchachas.”
Decían unos, mientras otros entonaban los cantares de las espadadoras, como el
Romance de la Capona:
“Se agarraba de la puerta
y gritaba como un loco
y dando voces decía:
“Pa qué quiero ser maestro,
pa qué quiero ir a cursillo
si me falta el instrumento”
Menos mal que los sacerdotes también estaban en su banquete en la casa cural y
que no los oían. También ellos en privado llenaban la andorga porque en las
fiestas los curas diocesanos después de sus bendiciones espirituales atienden al
cuerpo como cualquier hijo de vecino.
Por la tarde los quintos y mozos del pueblo volvían a donde estaban los carros y
corrillos de los forasteros y juntos reanudaban los bailes y cantares para
continuar las fiesta y honrar así al patrón de las gargantas .Sus bailes eran
tan bien ejecutados que los forasteros comentaban y se hacían jurados populares
en ese concurso improvisado de jotas y bailarines. El que mas destacaba el era
el hijo de Eufemio que no pisaba en el suelo más que con las puntas de los pies,
haciendo parecer el baile complicado de la jota como la cosa más sencilla del
mundo.
Poco a poco los forasteros se iban yendo. La vuelta a los pueblos se hacía a
botasilla para no pillar la noche pero también cantado y bailando. Los cuentos
de los lobos hambrientos no hacían mucha mella en la imaginación de los mozos y
mozas pero el monte daba miedo. Las historias de los maquis todavía estaban
frescas en la memoria de toda la comarca.
Los lugareños se retiraban al Salón donde continuaba el baile y el cante de
coplas hasta bien entrada la noche.
Así pasaban San Blas las gentes de la comarca del Tuerto Bajo, en la romería de
San Blas el Viejo de Santibáñez.