La Historia y la enseñanza de la Historia

Por Laureano Pérez Rubio.
Catedrático de Historia Moderna de la Universidad de León

"Los responsables de nuestra Comunidad deben aprovechar la ocasión para que castellanos y leoneses podamos aprender y enseñar a las nuevas generaciones quiénes somos"

Parece que, por fin, el Ministerio de Educación y Cultura de la nación española, hoy también denominada país por aquello de no herir la susceptibilidad de algunos nacionalistas, empieza a darse cuenta de los graves errores del pasado relacionados con la enseñanza de una de las materias docentes y formativas más complejas y difíciles, no en vano ésta trata de analizar, medir y valorar las actitudes y comportamientos del hombre y de las sociedades que nos han precedido. La Historia y la enseñanza de la Historia se convirtió a partir del siglo XIX en un instrumento ideológico y político, más que en manos de grupos de poder y de los Estados fue utilizado para justificar todos los "ismos" posibles, quedando relegado a un segundo plano el aspecto meramente cultural y formativo, pese a que los cambios acaecidos en el siglo XX y la evolución de los planteamientos historiográficos, es decir de la Historia como materia de estudio e investigación, la habían aupado a la categoría de ciencia social.

Hoy, por fin, los responsables políticos que nos gobiernan y que se suponen preparados para ello, a pesar de no haber sido examinados previamente, se han dado cuenta de que parte de los males y confrontaciones sociales y políticas existentes en España tienen su origen en la manipulación que durante años se ha hecho del devenir histórico común de la nación española y por consiguiente de su Historia. En ese contexto y desde la dejadez o posible "miedo" por parte de los partidos políticos de ámbito estatal a perder votos o influencia social es donde los nacionalistas vascos o catalanes, arropados en parte por los "grandes patriarcas" de la Historia Contemporánea, logran que la asignatura de Historia de España, clave en la formación de las futuras generaciones de españoles se ciñera exclusivamente a la Historia Contemporánea, es decir a los siglos XIX y XX, aunque para ello hubiera que dedicar dos temas a la Guerra Civil y al franquismo, posiblemente para hacer ver los sufrimientos de determinados pueblos que con Franco recibieron créditos al 3% para comprar barcos y levantar fábricas, mientras que los campesinos leoneses tuvieron que pagar el tractor a "tocateja" o seguir arando con los bueyes hasta su jubilación. Ni mucho menos les interesaba estudiar la España medieval donde Vizcaya era, como lo siguió siendo, un mero señorío; la España de los Reyes Católicos y los Austrias donde a las provincias vascongadas, a Navarra, Cataluña o Aragón se les respetaron sus fueros a pesar de que fueron los reinos de la Corona de Castilla los que pagaron los gastos de la defensa de sus territorios y permitieron su desarrollo económico. Hoy que se habla de la transición española como modélica, pasados los 25 años, creo que ya es hora de empezar a hacer crítica y buscar aquellos errores cometidos con la Historia y con su enseñanza. Así, creemos que la reforma anunciada, que obliga a estudiar a todos los jóvenes españoles una Historia de España que abarca todos los períodos o etapas desde la presencia romana hasta nuestros días, no sólo es acertada, aunque, posiblemente llegue tarde, sino que es necesaria para el buen futuro de España y de los españoles. Los argumentos expuestos por algunos profesores de Historia diciendo que es una materia muy vasta y difícil para impartir en un curso, o bien son interesados, o bien demuestran que esos profesores ni entienden de Historia y de planteamientos históricos desde la visión estructural de los diferentes sistemas productivos, ni están preparados para explicar la complejidad del proceso histórico en todas sus vertientes y dimensiones.

Ahora bien, para que los resultados sean positivos el Ministerio tiene que saber que hacen falta recursos económicos, los mismos que han tenido los vascos para implantar las ikastolas y desde ellas adoctrinar históricamente a las nuevas generaciones. Hace falta dinero para obligar a las editoriales a que editen manuales hechos por historiadores expertos y desde planteamientos globales serios y científicos que rechacen cualquier exposición meramente erudita y den un enfoque global a la Historia, donde tengan cabida desde la historia de los acontecimientos políticos, hasta la historia cultural o mental, pasando por la social o económica. Hoy la sociedad española aún sigue dependiendo e inmersa en muchas pautas de comportamiento que se fueron forjando durante siglos. En el proceso histórico español no hay rupturas, sino acoples; no hay cambios traumáticos revolucionarios, sino modificaciones y ajustes llevados a cabo desde el interior de los diferentes sistemas y bajo la dinámica de las nuevas circunstancias y de los nuevos tiempos. Por eso, desde esta visión estructural de la Historia se puede entender que aún hoy nuestra sociedad sea deudora del legado romano, del derecho visigótico, del derecho consuetudinario o de un marco administrativo que, como las juntas vecinales leonesas y sus concejos, tienen plena vigencia.

A su vez, aunque la reforma parece que una vez más prima a determinadas comunidades que tienen lengua propia a la hora de poner materias específicas -y alguno puede pensar qué tendrá que ver la lengua con el pasado histórico- lo cierto es que de forma acertada se va a permitir a las autoridades acercar la Historia a la masa social a través de ocupar un 45% del temario con temas o materias relacionadas con la Historia local, regional o de cada autonomía. Eso es bueno siempre y cuando se haga de forma seria, justa y desde una visión que desde lo particular vaya hacia lo global y desde las diferencias e identidades tienda a buscar las causas, las consecuencias y los planteamientos comunes y colectivos. Posiblemente en comunidades como Galicia, Cataluña, Valencia, Navarra, etcétera no haya problema alguno en esta materia, dado que ya llevan muchos años impartiendo la Historia de sus tierras y sus hombres. El problema puede surgir en una comunidad como la de Castilla y León en tanto en cuanto aún hoy no se reconoce el hecho histórico diferencial del viejo Reino de León, de la provincia leonesa y de la Historia común y a la vez diferente de dos regiones, Castilla y León, que en la actualidad y desde la legalidad vigente forman una comunidad autónoma. Ya es hora que desde los medios de comunicación se hable de castellanos y leoneses (no de castellano-leoneses) o de Castilla y León como dos regiones hermanas que desde la unidad impuesta en torno a la Corona de Castilla mantuvieron a lo largo de la Historia sus propias señas de identidad.

Los responsables políticos de nuestra Comunidad tienen la responsabilidad de responder a la reforma planteada por el Ministerio y aprovechar la ocasión para que castellanos y leoneses, hoy unidos por un mismo destino, podamos aprender y enseñar a nuestras generaciones futuras de dónde venimos, quiénes somos y por qué somos lo que somos. Pero, esa enseñanza sólo será válida desde el abandono del centralismo vallisoletano y desde el esfuerzo de recopilación de un pasado y de una identidad diferencial que existió desde la Edad Media y aún existe hoy. La Historia, no se puede manipular en aras a intereses poco claros, pues, con ello se está robando el legado más preciado de un pueblo.