La Vega y la Isla
Por Andrés Martínez Oria
Los ríos son ese tejido verde que vertebra y alimenta a los territorios, como las venas al cuerpo. Basta con coger un mapa físico y observar, como en una radiografía, el complejo sistema capilar que da vida a la tierra. Así, las viejas tierras de Castilla y León aparecen articuladas por el padre Duero y sus afluentes como la nervadura de una hoja. 0 una mano. Si nos detenemos en alguno de ellos y seguimos su curso, vemos cómo vuelve a articularse un territorio más pequeño en torno a él. Es lo que ocurre con el Esla que recibe al Órbigo, y con éste, que acoge al Tuerto.
El Tuerto. Nada tiene que ver su nombre con algún defecto de visión, no vaya a creerse. Que los ríos dan vida, pero no ven. Es a las revueltas de su recorrido a lo que alude el nombre. Turtus, torcido, sinuoso, es su origen latino.
Y es el viejo Tortus el que da sentido a las tierras de la Vega. La vega. Una palabra prerromana que existe en función del río y designa a la mayoría de los pueblos de las márgenes. San Román, San Justo, Nistal, San Felix, Posadilla, Villagarcia, Toralino, Oteruelo, hasta Santa Colomba, son todos de la Vega. De la vega del Tuerto. Porque también está la vega del Órbigo.
Pero también existen islas en el río. A los que éramos de la Vega, aguas arriba, siempre nos llamaron la atención esas islas de Santa María y Santibáñez. ¿Es posible que en otro tiempo hubieran existido islas capaces de designar a los pueblos? A todo le da sentido el río, eso está claro. A la vega y a la isla. El Tuerto y, a lo lejos, el Teleno son los padres tutelares. Ya hace dos mil años, y aún antes, nuestros antepasados miraban a la corriente y a la montaña esperando la vida y el buen tiempo. De allí venía el agua que fertilizaba la tierra y alimentaba los cultivos. Las huertas. Los linares. El tabaco. La remolacha y la patata. Las alubias. El trébol y la alfalfa. El lúpulo. Y ahora el maíz. Toda la historia reciente, en la sucesión de los cultivos. Y el río siempre dando vida y uniendo a los pueblos que venían a encontrarse en el mercado de la ciudad y en la ermita de peregrinación. La romería donde los jóvenes iban a competir por llevar con más donaire el pendón de los suyos.
De Santibáñez de la Isla destaca Madoz, a mediados del siglo XIX, su clima notablemente húmedo, las enfermedades comunes de la época -tercianas, cuartanas y apoplejías-, sus setenta casas, arriba o abajo, con escuela de primeras letras a la que entonces iban treinta niños de ambos sexos, la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Expectación y "una ermita que antes fue parroquia y hoy sirve de cementerio, y buenas aguas potables". Para que conste donde tenga que constar. También habla, claro, de la calidad de su terreno, fertilizado por las aguas del Tuerto, "al que cruza un puente que facilita el paso de los dos barrios". Los cultivos del siglo XIX eran el grano, las legumbres, el lino, la fruta y las hortalizas de todas las clases. Además se criaba buen ganado y se pescaban truchas, barbos y otros peces; y disponía de una elemental industria de telares de lino y molinos harineros que venían a completar el panorama económico.
Ésta era la Vega de hace siglo y medio. Y la Isla. Hoy cambian los medios de vida y todo se moderniza,con tractores y maquinaria que han venido a sustituir a los animales de tracción. Aquellas parejas de bueyes de otro tiempo. Como las confortables casas de hoy vienen a remplazar a los antiguos caserones de madera y tapial. El cambio, la modemidad, la nueva tecnología es el signo de los tiempos que vivimos. Pero la vida sigue siendo esencialmente la misma. Las mismas son las preocupaciones de los hombres a la orilla del río, entre Astorga y La Bañeza.