Palabras

Por Enrique Fernández

Sorprende que "El dardo en la palabra" de F. Lázaro Carreter, obra que censura las agresiones con las que maltratamos a la lengua, sea un superventas. Y no es porque no tenga interés (lo tiene y mucho), sino porque este repentino fervor lingüístico no parece que se traduzca en una mejora expresiva. Y no es cosa de cargarle el mochuelo a ciertos grupos marginales o a los jóvenes, que es cierto que adolecen con frecuencia de deficiencias en su competencia lingüística. A veces no hacen sino seguir malos modelos; acaso de periodistas u otros profesionales de la lengua.

Abramos una puerta a la observación y reflexión sobre la azarosa vida de algunas palabras. Veamos algunos ejemplos. Estrenamos el tercer milenio. Los milenaristas lo han cargado pobre de tantas connotaciones negativas (se las va sacudiendo), que apenas puede con su carga, que no es otra cosa que mil años (y no es moco de pavo). Se habla de vacas locas. No son ellas, en su relación con el hombre, las que hacen precisamente las locuras. Lo resume Forges, magistral como siempre, viñeta (El País, 05.12.00): Una vaca y su ternero dialogan en su prado, mientras siguen, atentos y con lágrimas en los ojos las noticias del telediario. "Mamá ¿por qué dicen cosas tan terribles de nosotras?" "Pues porque si no, las tendrían que decir de ellos... y de su avaricia; de su todo vale; de su vender a toda costa, de su falta de ética, de su compadreo poder-capital, ..." "Jo, mami, ¡Qué raza humana!". Al llamar locas a las vacas se olvida que el adjetivo es arma de dos filos y a veces tanto califica y define a lo que se aplica, como al que lo aplica. Así sucede que se usan palabras como utópico, ingenuo, imposible que, en ocasiones, sólo significan la mediocridad de quien las profiere como sentencia. Los políticos son especialistas en manipular las palabras y con las palabras. Un ejemplo: Cuando quieren que nadie les venga con pretensiones de cambiar una medida impopular, rápidamente salen al paso con su escudo dialéctico y a modo de "abandonad toda esperanza" nos lanzan que el asunto es irreversible; como si no supiéramos que no hay nada más cambiante que el tiempo y la voluntad de los políticos. Algunas palabras, las pobres, vagan de un lado a otro sin saber muy bien qué significar. Así al valenciano lo han convertido en lengua, a los ciudadanos de la U.E. en los únicos europeos y a los yanquis en los únicos americanos. Modernista que nació como un insulto, hoy está respetablemente asentada en la historia; romántico no tuvo esa suerte y terminó en sensiblero. GAL (o CTR) tiene, según la edad, distinto significado. A paraolimpico lo han mutilado en 'paralímpico', para que se ajuste más a su significado. ¿Por qué existe castellanidad (RAE dixit) y no existe leonesidad? ¿Por qué tenemos que soportar engendros como castellanoleonés, falsedades como "ambas Castillas" o evitaciones como "la parte occidental de Castilla y León"? ¿Qué significa que Cantabria es una comunidad histórica? ¿Todo esto nos enerva o nos enerva?(sic). El panorama se completa con carteles como 'Vegellina' o 'carnecería', que indican la vocación rotulista de los que suspendían lengua o que, en general, no apreciamos nuestra lengua.

Aunque algunos no dicen las palabras, sino que las perpetran, todas tienen su dignidad, muchas son amables, algunas poderosas y muy pocas son grandes. Como "Veiga".