Los nombres del León: 32 formas de
ser sincero sin dejar de ser diferente
Por Ana Palomo
Empecemos por la portada. Tiene la de Los Nombres del León un pasional
color morado y, bajo él, las fotos de 32 leoneses con su declaración
implícita de aquí estoy yo. La mayoría miran de frente
al posible lector; algunos han sido pillados por la cámara en plena conversación
y otros han coqueteado con ella sin eludir la pose; hay quien sonríe
y hay quien parece tomarse a sí mismo muy en serio. Como con piezas de
un rompecabezas, se podría jugar a construir un hipotético árbol
genealógico, una agrupación por parecidos o afinidades, un mapa
fisionómico que recomponga un sentido a lo que dicen/ocultan estos rostros
ordenados al azar. Para ello, claro está, hay que hacerles hablar. Y
ahí se ha empleado a fondo el autor, José Antonio Martínez
Reñones, en un trabajo laborioso y delicado en el que se entrecruzan
los hilos de la amistad, la admiración, el respeto y la sana curiosidad
de saber cómo son, cómo han vivido y cómo lo cuentan estos
leoneses imprescindibles.
El índice deparará más de una sorpresa. Ni están todos lo que son ni son todos los que están, pero presencias y ausencias remiten, además de a afinidades electivas, al deseo de obviar pesos pesados y rescatar vidas presentes en la provincia y no sólo en las contaminadas páginas de los periódicos. Lo hermoso es, precisamente, cómo Martínez Reñones va tejiendo a partir de los datos públicos, ese entramado de intimidad en el que resuenan los nombres de los pueblos que vieron nacer a estas gentes, el barrio de la adolescencia, las ideas que la vida ha gestado, los entusiasmos que perviven en la vejez.
Otra originalidad: como el honesto entrevistador ha prescindido en todo momento de una visión unidireccional y de prejuicios ideológicos, estéticos o políticos, resulta difícil (ni falta que hace) agrupar por corrientes (a no ser subterráneas) a este grupo de inclasificables más allá de los meros criterios cronológicos o generacionales. En otras palabras: el lector va a emprender un viaje por múltiples recorridos vitales. En todos ellos encontrará lugares y acontecimientos conocidos (los de esta tierra y esta patria) y preguntas reincidentes sobre ese argumento repetitivo que es la vida propia y ajena. Pero, hete aquí que, a partir de tan escasos elementos, se van hilvanando los mil hechos, las ideas siempre matizadas, las tumultuosas vivencias que nos hacen tan iguales y tan otros, de forma que el entrevistado va cobrando el relieve y la pátina de lo humano, de lo radical y simultáneamente cercano y desconocido. El resultado es aún más sorprendente cuando, a las pocas páginas, el lector comienza a comprender que no se le está vendiendo nada, que las palabras no se dejan arrastrar ni por la urgencia ni por la opinión sobre la rabiosa actualidad, que, por una vez, alguien ha encontrado un espacio espacioso en el que conversar.
En su faceta más camaleónica, o quizá por puro respeto, ha sabido también el autor adecuar el tono de sus preguntas al tono que iban destilando las respuestas. Así, bajo el manto de la complicidad, se van birlando mano a mano las palabras al ojo censor de lo políticamente correcto. Y así se deja paso al humor en todas sus versiones, a la confidencia, al desahogo, a la declaración de principios íntimos. En todo caso, escasa es la uniformidad de los retratos porque lo que interesa es lo excepcional, el acento personal, ese acercamiento a una forma de sinceridad íntima, sin engolamientos ni egolatrías.
Al acabar de leer la obra, tanto si se ha seguido el orden de las páginas como si se ha saltado (como recomendamos) de un rostro a otro por la apetencia del momento, tendrá el lector una extraña sensación. Por una parte, se habrá reencontrado con un montón de (más o menos) conocidos, habrá conversado con ellos y descubierto facetas insospechadas de sus vidas o refrescado lo que ya sabía; por otra parte, y ahí radica el misterio, habrá podido asomarse por unos momentos a la ventana del alma de 32 personas, desde donde contemplar ese paisaje complejo e intrigante que es la vida.
Lo dicho: 32 imprescindibles inclasificables que tienen mucho que decir.