Por Lorenza Fernández
Hace 60 años, más o menos, el río Tuerto corría muy diferente a hoy por las cercanías de nuestro pueblo. También eran diferentes sus alrededores. Los que son de mi edad lo saben y las personas mayores lo recordarán mejor que yo.
Algunas anécdotas las recuerdo de oírlas contar, sobre todo a mi tío Domingo y a los ancianos de aquellos tiempos, que se juntaban en las barriadas a tomar el sol y contaban sus aventuras.
Mi tío Domingo había nacido en el año 1859. Él contaba que el río venía por la curva que hacía cerca del camino de Astorga, dando tumbos y cortes por donde le parecía. Una vez reventó por detrás del cementerio de hoy llevándose el pueblo.
Antes el río tenía poco margen y repartía corrientes por donde le parecía formando pozos profundos y dejando en medio de varias corrientes una gran mole de cascajo en tesos altos y bajos llamados "los cascajales". Había muchas riadas en invierno. A veces, tiraban los cembos del río arrastrando las tierras río adentro y quedándose con ellas. Ésta que se llevó el pueblo cortó bastante el bosque dejando unas cuantas tierras convertidas en picos, que poco a poco se han quedado en el río, porque él es el dueño de las aguas y las lleva por donde se le antoja. Y así se va llevando una orilla y cuando quiere lleva por el otro lado, enterrando donde quiere y llevándose lo que le da la gana.
Otra gran riada se llevó el puente "romano", de cuyas pilastras todavía se conservan algunos restos. Unos, donde los chicos de la ADC Río Tuerto hacen el estanque (Allí se contaba que había una olla llena de oro que dejaron oculta los romanos. No sé si es cuento o realidad). Otros, enfrente, donde están las piedras a la esquina de los huertos. (A ese sitio se le llamaba los "apurriaderos", porque allí se aporreaban las madejas de lino después de haberlas cocido con cernada.
El río corrió una época haciendo un recodo por La Manga y la Cama del Raposo (La Bajurona o La Vaguada). Una vez cortó por La Manga, marchando por La Cepedera, La Praílla y La Borgaña de Arriba, metiéndose en las casas del Barrio de Palacios y yendo a pasar por Santa María de la Isla y Santa Colomba. En estos pueblos había miedo de que el río les arrastrara y, cuando lo veían crecido, venían a Santibáñez a apresar en La Manga en unión con los de nuestro pueblo.
También se metió por la Cama del Raposo abajo haciendo pozos y vaguadas por Las Llamacinas, como el pozo de la noria El Verde, en la tierra de Sinforiano. Probablemente, desde la bajura del cementerio hacia arriba fuera dueño alguna vez el río, pues a flor de tierra se encuentra en algunos trozos guijo, piedras y arena. En el recodo de La Manga había dos pozos de riego. En uno yo vi andar la noria, que estaba apoyada en bloques de cemento, como se podía ver hasta no hace muchos años Allí manaba, pero con el correr de los años se fueron enterrando con lo que arrastraban las riadas y el abandono del lugar.
Las aguas que corrieron muchos años por la Cama del Raposo iban a caer al corazón del río, donde formaron grandes y profundos pozos, como el llamado pozo Redondo y tres más abajo en la orilla del río. Allí se veía manar y en pleno verano, por seco que viniera, de aquellos pozos se veía salir agua de un pozo a otro. En algunos manaba entre el barro y no se podía pisar, porque se atollaba uno. Otros tenían 'grijo' muy limpio donde las mujeres, en tiempo de las eras, aprovechaban un rato para lavar. Por arriba del pozo Redondo había dos fontanas muy potentes. Estaban a cuatro metros de distancia y al lado de un cembo alto. En la de abajo había un pequeño pozo como de un metro que manaba un agua pura y cristalina, donde íbamos por agua cuando estábamos en las eras. Una tenía un sabor como la del caño artesiano de la plaza; la otra, como la de los pozos de las casas. Pero las dos cristalina y fresquísima. Manaban entre las dos tanta agua como la que daba una noria normal con los calderos llenos. ¿Dónde iba a parar esta agua? Pues, muy sencillo: corría para los pozos de abajo. Siempre había una corriente como un reguerucho, con unas piedras de ponteja. También estas fontanas fueron enterradas por el río.
La noria El Verde tenía un agua mala. Decían que sabía a yerbas, porque estaba metida en aquel pozo lleno de maleza. Había también otra fontana al empezar el camino de las majadas. Tenía un agua muy buena y, cuando se secaban los pozos de casa, la gente iba por ella para beber y para el gasto de casa. Había un teso grande y debajo estaba la fontana, que manaba mucho y llenaba dos pozos que servían también para lavar en invierno, porque el agua salía caliente. El agua iba por la orilla del camino y de los huertos hasta el puente por un reguero muy hondo y con un barro muy atolladizo. Poco a poco el río se encargó de rellenarlo, quedando el llamado Pico del Puente.
Desde El Bosque, por la orilla del sol salir, se había reforzado la orilla del río con gaviones en forma de rectángulos, montándolos unos encima de los otros, para desviar las riadas al medio del río. Estaban hechos de piedras metidas en alambreras. El agua y el hombre se encargaron de destruir. El agua los desmontaba y los hombres iban con el martillo y la tenaza, deshaciéndolos para sacar el alambre, con el que hacían escobas y otras cosas. Había ocho o nueve: uno a la bajada del camino del Bosque, otro siguiendo camino abajo, otro al comenzar el Pedrón, luego los otros de allí para abajo hasta el puente, incluidos los dos a ambos lados del puente. Aún queda algún resto de ellos.
También había cuatro cubos hechos con grandes piedras canteras, con forma redonda y rellenados con tierra, con el mismo fin de lanzar el agua al medio del río. Igualmente fueron destruidos. El agua tiró algunas piedras, pero los hombres se encargaron de destruirlos totalmente por hacer este frondoso y mal cuidado parque. Los cubos eran también obras de arte que los antepasados pusieron allí y se pudieron conservar aun haciendo el parque. (Igual que la acera empedrada de la casa rectoral, de la iglesia y del atrio, las gradas del altar mayor, los peldaños de losas alrededor de las gradas y la lámpara de bronce o los dos altares con los preciosos retablos: el de la Inmaculada y el de la Virgen de los Dolores. La iglesia está limpia y cuidada, pero le falta lo artístico de antes que muchos admirábamos). Los cubos estaban así situados: uno detrás de las viviendas, otro frente a la casa del señor David, el tercero por debajo de la rodera que cruza el río y el cuarto frente a las escuelas nuevas.
En aquella época el río había cortado por El Plantel haciendo dos corrientes y dejando al sol poner una gran explanada de cascajal un poco alta, luego un trozo de pradera y luego la corriente del sol salir, donde estaban los cubos. Los chicos de la escuela la cruzaban con los zancos y a veces se caían al agua.
Por la orilla del sol salir había, bien alineados, algunos chopos y frondosas paleras, que, al llegar la primavera, se cubrían de flamantes hojas que hacían una buena sombra. Entre ellas lavaban en el río todas las mujeres de aquella barriada, aprovechando los remansos de los cubos y la sombra de las paleras. Los cubos también servían de asiento, sobre todo para los jóvenes o para cualquier persona que se cansaba de pasear, contemplando desde allí las aguas del río. Ahora es un parque, donde se puede pasear sin que molesten los coches, que envidian muchos pueblos. Pero debiera ser un parque mejor cuidado y en él no deberían dejar entrar las ovejas porque destrozan los árboles. También deben tener más cuidado cuando lo limpian porque no hace mucho quemaron un roble y dos tilos y chamuscaron alguna tuya. Otro rasgo muy característico son los preciosos bancos dignos de contemplar, porque para sentarse no sirven: a unos les falta una tabla y a otros todas. Había tres como los de la plaza que unos cuántos gamberros se han encargado de destrozar. ¿Es que en este pueblo no hay autoridades para arreglarlo? ¿0 es que somos como el huracán que destruyó La Gotera? En algunas cosas vemos al pueblo el más atrás de la contorna. Entre las paleras del Plantel hay toda clase de basuras. Cuando paseas por allí, huele a perro muerto. Parece que hasta las pocas paleras que dejaron se vuelven cara uno y le dicen: "por favor, no nos echen más mierda encima, que nos morimos de asfixia".
Ya no es el Santibáñez de antes, el mejor de todos. Está triste y sombrío; no hay bar donde se reúna la gente para pasar un rato, hablar, cambiar impresiones y jugar la partida. Tenemos que mendigar hasta el agua. Hay una bomba donde estaba el pozo artesiano de la plaza. Parece que el agua nunca fue potable, no valía para lavar porque cortaba el jabón y decían que no cocía bien las legumbres, pero venían algunos forasteros por ella y decían que era buena para el estómago y que tenía mucho hierro. (El que lo hizo era de Villalís y, según alguno que trabajó con él, tenía 120 metros de profundidad y los obreros permanentes del pueblo fueron el Sr. Alfredo y Severiano, que en paz descansen). Ahora tenemos un caño nuevo que tiene el agua mala, porque dicen que tiene mucha cal y es mala para el riñón, porque se hacen cálculos. Para comprobarlo sólo hay que dejarla dos días en reposo y ver lo que pasa. Así que si el agua es mala y no tenemos cantina, tendremos que vivir de secano.
En fin, recupero el hilo del río y las riadas. Cuando las había, el agua cortaba a veces la carretera y se metía por donde está ahora el campo de fútbol hacia el pozo Cazeto por la pradera de Teodoro. Allí hubo algunas casas que se las había llevado el río y en las paredes de tierra podían verse las marcas hasta donde llegaba el agua. Una de esas casas había sido de mi abuelo Francisco.
Bueno, termino mi relato con estas anécdotas que no sé si son verdad, cuentos o leyenda; lo que sí sé es que las contaban nuestros mayores como si fueran una tradición que se pasa de unos a otros. Pues érase que se era un señor en este pueblo. Yo sabía cómo se llamaba, pero, de tanto oírlo contar, olvidé el nombre. Este señor, cuando estaba de tertulia con sus compañeros les decía: "Yo, cuando me muera, que me tiren por el río abajo". Vino una riada y se llevó el puente. Este hombre murió y no sabían cómo llevarlo a enterrar al cementerio. Entonces cogieron una barca, lo metieron dentro y se metieron en el río. Con tan buena suerte que la barca dio la vuelta y se lo llevó el río. Y así fue cómo se cumplió su testamento. Lo que no me acuerdo es de cómo salieron los que remaban en la barca, pues al parecer éstos no murieron.
Se cuenta también que en aquellos tiempos, cuando el río se llevaba a alguien, tiraban al agua la "vela María" y buscaba a la persona, quedándose con ella en la orilla donde estaba. La "vela María" era la que estaba en un crucero en el medio. Prendían las velas el día de Jueves Santo cuando cantaban las completas (o las tinieblas). Las cantaban el señor cura y los sacristanes y, mientras cantaban, iban apagando cada poco una vela de cada lado. Al quedar solo la "vela María" entraban los rapaces a "carraquiar" y no paraban de entrar y salir, en vez de estar escuchando aquellos cantos que parecía que no tenían fin y que no entendíamos ni papa.
A propósito de estas creencias me vino a la memoria esto que he oído contar muchas veces: Dicen que San Lorenzo es abogado del fuego y, si hay un fuego, se tira un pan amasado el día de su fiesta -que es el día 10 de agosto- y, con fe en él, se apaga el fuego, no sabiendo que es San Lorenzo cuando lo amasan. Yo, sin saberlo, compré un pan este año amasado en ese día y, cuando me di cuenta, corté un trozo y lo tengo metido en un recipiente cerrado desde hace cuatro meses y medio. Y allí está, sano como el día que lo compré, aunque bastante duro. El final de él no lo sé; si es verdad la historia no lo sé tampoco. Depende de la fe y de creer en los milagros ... que a veces los hay. Y aquí termina mi relato.